Cuentos para recordar: Media Naranja

martes, 16 de agosto de 2011




Esta historia cuenta que de un inmenso naranjero colgaban decenas de naranjas de distintas formas y tonalidades. Unas eran hermosas a simple vista, otras no tanto, aunque algunas de ellas sin ser tan esplendorosas, poseían un abundante jugo en su pulpa.
En ese naranjero habitaban frutas que apenas asomaban a la vida, y otras a punto de caer por lo secas que estaban. Pero también había otro tipo de naranjas, las que aún no habían terminado de crecer.
Una de éstas, comparándose con las más bellas y grandes, estaba triste y preocupada, ya que no podía entender por qué tenía tanta mala suerte. Tal fue el convencimiento que en poco tiempo se consideró a sí misma como una media naranja.
Mientras transcurrían los días su pensamiento sólo se centraba en cómo podría lograr la dicha de ser una naranja completa, y entre murmullos zozobrantes que secaban aún más su dolida pulpa, decía:
-¡No puedo seguir así! Para ser feliz, voy a tener que ir en búsqueda de mi media naranja.
Miró a su alrededor, y notó que en la misma rama había una naranja muy similar a ella. Contenta por no sentirse la única desafortunada en el naranjero, pensó:
-¡Ah, si consiguiera acercarme a ella podríamos ser una sola naranja, grande, brillante, jugosa y esplendorosa, donde todos los pájaros de la quinta se posarían en nosotras y todas las naranjas serían testigo de nuestra felicidad. ¡Nuestra pulpa sería gigante y nuestro jugo riquísimo, y ya no tendría que desear la suerte de las otras!
Una mañana de tantas, y en cuanto el sol la iluminó, se vio bella como pocas y se acercó a la otra media naranja –que también buscaba su otra mitad-.
En poco tiempo se mezclaron de tal forma que la cáscara de una envolvió a la otra y los gajos se confundieron entre sí.
¡Qué feliz estaba! Ya había encontrado a su media naranja. ¡Ahora sí creía ser un único y bello fruto!
De tan grande, la cáscara reflejaba en otras naranjas los rayos de la luz solar, y de tan exultante parecía estar a punto de explotar en su propio zumo.
Entusiasmada, empezó a soñar con muchas cosas nuevas, como por ejemplo, dejar caer una semilla al suelo para que un nuevo naranjo tan bello como ella pudiera crecer en la huerta.
Pero cuando la euforia del encuentro fue perdiendo intensidad, la media naranja notó que lo que había soñado no se estaba pudiendo cumplir.
Empezó a darse cuenta que las cáscaras se asfixiaban una a la otra, que las formas no eran tan exactas como para completar una naranja, que los gajos, al no coincidir en tamaño, parte de su jugo se perdía en el suelo, que nunca, por más que deseara, iban a poder completarse con otra.
La naranja más vieja del naranjero, que estaba siendo testigo de esa frustración, pidió la palabra y le dijo.
Del suelo tomamos los nutrientes, el sol nos da la temperatura que necesitamos para crecer y ser unas hermosas naranjas, únicas, irreemplazables, que no necesitamos que nos completen porque ya estamos completas. Sólo basta darnos cuenta y reconocernos como naranjas para permitirnos crecer con todo el esplendor.
Recién ahí, y únicamente así, podrás compartir toda tu belleza sin necesidad de apoderarte de quien nunca te va a poder dar lo que quizás, ni tenga para sí misma.
Pero la media naranja estaba tan cegada por la ira y la decepción, que entre insultos y reproches se distanció de quien había creído que la iba a completar, tropezando una y otra vez en la búsqueda de que otra media naranja le trajera la tan ansiada felicidad.
Ya en el ocaso de su vida, meditaba sobre ella misma culpando a la naturaleza del naranjo por su soledad. Al fin y al cabo terminó confirmando lo que siempre creyó de sí misma, que era una completa…media naranja.


Carlos Mascherpa


Resonancia:


Aquella noche que conocí a una bella mujer y pude reflejarme en sus ojos, quise congelar ese instante para siempre y me zambullí en un juego de pasiones dejándome absorber por sus encantos femeninos, ya que tenía frente a mí a un ser único, maravilloso, perfecto.
Llegué a soñarla, alcancé a pensarla…
Pero un buen día, noté que era como un fantasma, una desconocida, alguien que me había engañado, que había jugueteado conmigo, que se había reído de mí y me había expuesto al ridículo. Esa mujer, esa bella mujer un día desapareció llevándose todo lo que trajo…Y se marchó, arrancándome hasta su propio nombre. Esa mujer se llamaba “Ilusión”.
Hoy, desde este lugar, quien tuvo que ser lo que fue para llegar a ser lo que es, se permite dejarle un enorme abrazo al amigo Lucho y a los queridos oyentes, con los que comparto una gran ilusión, la que, a diferencia del cuento, no se construye desde el árbol donde cohabitan las medias naranjas.

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