Aquella noche otoñal, todo el pueblo se había dado cita en las calles para conmemorar el cincuentenario de su fundación.
Autoridades, comerciantes, campesinos y vecinos disfrutaban el momento histórico que quedaría guardado en el recuerdo de cada uno.
En un rincón de la plaza, y frente a la municipalidad, estaba “el Aparicio”, un trabajador rural que no podía salir de su asombro debido a que era la primera vez que pisaba las calles del pueblo. Él era un hombre de arado y tareas pesadas, quien se deslumbraba sólo ante los rayos del sol, y que mientras trataba de entender todos y cada uno de los detalles festivos, introducía su mano en una lata para luego esparcir el contenido por su pecho.
Esta actitud despertó la curiosidad de mucha gente que, entre asombro y risotadas, comentaba el extraño accionar de “el Aparicio”.
En un momento la sorpresa y el estupor se apoderaron de un grupo de gente que presenció cómo el rudo hombre de campo se desplomaba en el pavimento.
Inmediatamente fue rodeado por quienes intentaron reanimarlo, pero el campesino no reaccionó.
Una ambulancia lo trasladó de urgencia al hospital confirmando luego la sospecha previa, infarto.
Felizmente, y gracias a la pericia de los médicos, “el Aparicio” salvó su vida. En cuanto volvió en sí, el jefe de la guardia mantuvo una charla con él.
-Dígame Aparicio, ¿por qué no vino a vernos en cuanto empezó a sentir el dolor en el pecho?, ¡todo hubiera sido más sencillo, hombre!
-¿Y pá qué iba a venir?, si el ungüento que traje saca todos los dolores.
-Ese ungüento le podrá aliviar un dolor muscular, ¡pero no le cura el infarto!
-¿¡De qué me habla, dotor!? –preguntó “el Aparicio” entre asombro y sorna.
-Del infarto, Aparicio. ¡Usted tuvo un infarto!
-¿Y eso qué es?...me parece que ustedes los dotores ya no saben qué inventar…
-Su corazón, hombre, su corazón casi estalla.
-Jajajajajaj, déjese de decir pavadas, dotor. Mi corazón es como un roble de fuerte. A mí me dolía esto de acá –dijo acariciándose el pecho-
-Pero Aparicio…a ver si me entiende –respondió el médico un tanto ofuscado-, ¡a usted no le dolía lo de afuera, a usted le dolía lo de adentro! ¿¿Me comprende ahora??
-Perdone dotor pero usté no va a saber mejor que yo qué era lo que a mí me dolía. Pero igual, y pá que vea mi gratitú, lo invito a comer unos codelines hechos con mis manos. ¡Se va a chupar los dedos! Dígame, ¿le gustan de cerdo o de cabra?
En la misma sala, y al escuchar este diálogo, un adolescente le comentó en voz baja a su padre.
-¡Pero qué campesino bruto, papá! ¿No sabe que tiene un organismo detrás de esa masa de carne? Jajajaaajaja
-No te burles de él, hijo. Seguramente nadie le habrá enseñado sobre sus órganos, y por eso está convencido que era el pecho lo que tenía afectado.
-Pero papá, ¡solamente un ignorante como ese tipo puede no conocerse…!
-Puede ser, pero no creas tampoco que mucha gente se conoce mejor que él. Fijate que nosotros estamos aquí porque a vos te dolía el estómago, pero acaso, ¿le damos la misma importancia cuando lo que nos duele son nuestros sentimientos? Así como el hombre acusó a su pecho por el dolor y no su corazón, mucha gente culpa por su estado de ánimo a un familiar, a un vecino, a la vida o a la mala suerte.
-¿Querés decir que somos todos ignorantes?
-Quiero decirte que cuando no nos conocemos, nuestra vida también corre peligro. Cuando el sin sentido nos atrapa, cuando el malestar nos aplasta o cuando el mal humor nos altera y no hacemos nada para revertirlo, el sufrimiento es permanente y el riesgo de enfermar es muy alto.
-¿Y cómo puedo hacer para conocerme más?
-Bueno…hoy te conociste un poco más frente a tu actitud con ese hombre. Recordá que uno procede consigo mismo como se comporta con los demás. Si fuiste crítico por su comportamiento, como muchas veces tu madre lo hace conmigo, habrás aprendido a ser un adolescente crítico.
-Mmm…¿Es como cuando vos me gritaste a mí al perderme los goles frente al arquero del Deportivo Laguna?
SILENCIO
-¿Viste pá?, ¡hoy también vos te conociste un poco más!
-¿Ya se te fue el dolor de estómago, hijo?
-Sí… ¿por?
-Porque me parece que me está empezando a doler a mí…
-¿Querés que le avise al médico de guardia?
-No, no…dejá, vámonos, porque como bien dijo “el Aparicio”…estos dotores ya no saben qué inventar…
Autoridades, comerciantes, campesinos y vecinos disfrutaban el momento histórico que quedaría guardado en el recuerdo de cada uno.
En un rincón de la plaza, y frente a la municipalidad, estaba “el Aparicio”, un trabajador rural que no podía salir de su asombro debido a que era la primera vez que pisaba las calles del pueblo. Él era un hombre de arado y tareas pesadas, quien se deslumbraba sólo ante los rayos del sol, y que mientras trataba de entender todos y cada uno de los detalles festivos, introducía su mano en una lata para luego esparcir el contenido por su pecho.
Esta actitud despertó la curiosidad de mucha gente que, entre asombro y risotadas, comentaba el extraño accionar de “el Aparicio”.
En un momento la sorpresa y el estupor se apoderaron de un grupo de gente que presenció cómo el rudo hombre de campo se desplomaba en el pavimento.
Inmediatamente fue rodeado por quienes intentaron reanimarlo, pero el campesino no reaccionó.
Una ambulancia lo trasladó de urgencia al hospital confirmando luego la sospecha previa, infarto.
Felizmente, y gracias a la pericia de los médicos, “el Aparicio” salvó su vida. En cuanto volvió en sí, el jefe de la guardia mantuvo una charla con él.
-Dígame Aparicio, ¿por qué no vino a vernos en cuanto empezó a sentir el dolor en el pecho?, ¡todo hubiera sido más sencillo, hombre!
-¿Y pá qué iba a venir?, si el ungüento que traje saca todos los dolores.
-Ese ungüento le podrá aliviar un dolor muscular, ¡pero no le cura el infarto!
-¿¡De qué me habla, dotor!? –preguntó “el Aparicio” entre asombro y sorna.
-Del infarto, Aparicio. ¡Usted tuvo un infarto!
-¿Y eso qué es?...me parece que ustedes los dotores ya no saben qué inventar…
-Su corazón, hombre, su corazón casi estalla.
-Jajajajajaj, déjese de decir pavadas, dotor. Mi corazón es como un roble de fuerte. A mí me dolía esto de acá –dijo acariciándose el pecho-
-Pero Aparicio…a ver si me entiende –respondió el médico un tanto ofuscado-, ¡a usted no le dolía lo de afuera, a usted le dolía lo de adentro! ¿¿Me comprende ahora??
-Perdone dotor pero usté no va a saber mejor que yo qué era lo que a mí me dolía. Pero igual, y pá que vea mi gratitú, lo invito a comer unos codelines hechos con mis manos. ¡Se va a chupar los dedos! Dígame, ¿le gustan de cerdo o de cabra?
En la misma sala, y al escuchar este diálogo, un adolescente le comentó en voz baja a su padre.
-¡Pero qué campesino bruto, papá! ¿No sabe que tiene un organismo detrás de esa masa de carne? Jajajaaajaja
-No te burles de él, hijo. Seguramente nadie le habrá enseñado sobre sus órganos, y por eso está convencido que era el pecho lo que tenía afectado.
-Pero papá, ¡solamente un ignorante como ese tipo puede no conocerse…!
-Puede ser, pero no creas tampoco que mucha gente se conoce mejor que él. Fijate que nosotros estamos aquí porque a vos te dolía el estómago, pero acaso, ¿le damos la misma importancia cuando lo que nos duele son nuestros sentimientos? Así como el hombre acusó a su pecho por el dolor y no su corazón, mucha gente culpa por su estado de ánimo a un familiar, a un vecino, a la vida o a la mala suerte.
-¿Querés decir que somos todos ignorantes?
-Quiero decirte que cuando no nos conocemos, nuestra vida también corre peligro. Cuando el sin sentido nos atrapa, cuando el malestar nos aplasta o cuando el mal humor nos altera y no hacemos nada para revertirlo, el sufrimiento es permanente y el riesgo de enfermar es muy alto.
-¿Y cómo puedo hacer para conocerme más?
-Bueno…hoy te conociste un poco más frente a tu actitud con ese hombre. Recordá que uno procede consigo mismo como se comporta con los demás. Si fuiste crítico por su comportamiento, como muchas veces tu madre lo hace conmigo, habrás aprendido a ser un adolescente crítico.
-Mmm…¿Es como cuando vos me gritaste a mí al perderme los goles frente al arquero del Deportivo Laguna?
SILENCIO
-¿Viste pá?, ¡hoy también vos te conociste un poco más!
-¿Ya se te fue el dolor de estómago, hijo?
-Sí… ¿por?
-Porque me parece que me está empezando a doler a mí…
-¿Querés que le avise al médico de guardia?
-No, no…dejá, vámonos, porque como bien dijo “el Aparicio”…estos dotores ya no saben qué inventar…
Carlos Mascherpa
Resonancia:
Hola, soy Carlos Mascherpa, quien un día se le ocurrió escribir esta historia en forma de cuento. Pero que más allá de esta fantasía, pude darme cuenta que es una realidad que se repite a diario. Cuantas veces fui víctima y victimario de juzgar a las personas por lo que parecen, o porque no estaban de acuerdo a lo que yo creía como previsible. Claro, son de tal manera en comparación a qué? Ahí estaba la respuesta. Felizmente, los niños, con su sabiduría, suelen ser nuestros maestros que nos señalan cuan enceguecidos estamos por nuestras creencias…¿será por eso que a veces los padres nos enojamos con ellos?
Sin etiquetas ni preconceptos, te saludo afectuosamente Lucho, a vos y a todos los oyentes, que como yo siempre estamos juntos enfocados en vos.
0 comentarios:
Publicar un comentario