Luego de haberse comunicado por sitios virtuales, dos ex compañeros de la escuela secundaria se reunieron 30 años después.
El reencuentro se llevó a cabo en el mismo bar donde en aquellas épocas se juntaban todos los alumnos a la salida del colegio a compartir unas gaseosas y a saborear unas ricas charlas.
Casualmente, también estaba Don Abelardo, el mismo dueño del establecimiento, un hombre de edad avanzada que no por eso había dejado de atender su negocio.
Luego de un saludo afectuoso entre los tres hombres, y después de transitar por viejas anécdotas de estudiantes, Tito y Anselmo se sentaron a la mesa para compartir aspectos de su vida personal.
-Como ya te había contado por el Chat, me casé hace muchos años y tengo dos hijos. Si bien llevar adelante una familia no es una tarea fácil, tratando de simplificar y aceptándose mutuamente, todo es mucho más simple. Y a vos Tito, ¿cómo te fue?
-Lo mío fue distinto Anselmo, porque nunca pude encontrar al amor de mi vida. Mirá, hace muchos años conocí a Delfina, una buena mujer, inteligente y hermosa, pero tenía un gran defecto, su mal carácter. Difícil, ché, difícil… por eso la dejé. ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado peleándonos a cada momento, ¡una guerra sin cuartel!. Después conocí a Evelyn, ella era muy buena, inteligente, hermosa y tenía un carácter maravilloso.
- ¡Qué bueno! ¿y qué pasó entonces? –preguntó Tito entusiasmado
- La dejé… es que tenía un gran defecto, no era muy fogosa. Difícil ché, difícil… ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado, un futuro frío y distante! Pero me recuperé pronto y gracias a eso pude conocer a Marga, una mujer de buen carácter, hermosa, inteligente y una amante apasionada.
-¡Qué suerte, Tito! Una mujer como para quedarse con ella toda la vida!
-No tanta suerte, Anselmo…Si bien era buena, inteligente, hermosa, con un carácter maravilloso y una amante perfecta, tenía un gran defecto, no era una persona que sabía escuchar…Difícil, ché, difícil…por eso la dejé. ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado, un soliloquio para mí!
-Sí, sí, entiendo… -contestó Anselmo
-Pero al poco tiempo conocí a Elsita. ¡Si hubieras conocido a Elsita, esa sí era la mujer ideal!
-¡Bueno, por suerte apareció en tu vida, Tito! ¡Lo que no entiendo es por qué no te casaste con ella si era tan estupenda!
-Bueno…yo tampoco lo entiendo. Porque cuando le dije de casarnos me respondió: Mirá Tito, yo no me puedo casar con vos. Si bien sos un hombre bueno, inteligente y muy masculino, tenés un mal carácter, no sos fogoso y lo único que hacés es hablar de vos y a mí no me escuchas.
Difícil, Tito, difícil. Imaginate lo que sería una vida a tu lado, ¡un verdadero calvario! Y ahí se marchó Elsita…No hay nada que hacer, Anselmo, ¿me querés decir quién entiende a las mujeres?, ¡Son todas iguales, no hay una como la gente, che…!
Don Abelardo, el dueño del bar, que estaba escuchando la charla mientras servía otra vuelta de café, comentó al pasar:
-¿Por qué será que lo que más nos molesta del otro es aquello que menos nos gusta de nosotros mismos?
Anselmo se quedó paralizado y no supo qué decir.
Lo miró a Tito con cara de sorprendido, el que no encontró mejor tarea que leer con suma atención el sobrecito de azúcar.
Luego que Don Abelardo terminara de llenar los dos vasos de agua que acompañaban al café, continuó diciendo.
-Yo recuerdo que cuando ustedes eran estudiantes llegaban con toda euforia de la escuela, y desde la mesa y a los gritos, me pedían la gaseosa y el sándwich.
¡¡¡No saben cómo me molestaba esa actitud!!!.
Pero al poco tiempo que falleció mi esposa, me dí cuenta que yo hacía lo mismo con ella cuando llegaba a mi casa.
A los gritos le ordenaba que me sirviera la comida.
Y hoy, desearía tanto que supiera que este tonto se desquitaba con ella cuando ella no tenía por qué cargar con mi propia intolerancia.
La vida se nos va muy pronto, muchachos, y mientras perdemos tiempo en buscar en la otra persona nuestras propias frustraciones, dejamos de apreciar a quien nos acompaña.
En el antiguo bar sólo se escuchó el crujir del viejo piso de madera, el testigo de tantas historias, como la de Don Anselmo, como las de Tito y como la de tantos otros que persiguen ideales inexistentes, aquellos que solo tienen vida y sentido en el maravilloso mundo de las fantasías.
Carlos Mascherpa
El reencuentro se llevó a cabo en el mismo bar donde en aquellas épocas se juntaban todos los alumnos a la salida del colegio a compartir unas gaseosas y a saborear unas ricas charlas.
Casualmente, también estaba Don Abelardo, el mismo dueño del establecimiento, un hombre de edad avanzada que no por eso había dejado de atender su negocio.
Luego de un saludo afectuoso entre los tres hombres, y después de transitar por viejas anécdotas de estudiantes, Tito y Anselmo se sentaron a la mesa para compartir aspectos de su vida personal.
-Como ya te había contado por el Chat, me casé hace muchos años y tengo dos hijos. Si bien llevar adelante una familia no es una tarea fácil, tratando de simplificar y aceptándose mutuamente, todo es mucho más simple. Y a vos Tito, ¿cómo te fue?
-Lo mío fue distinto Anselmo, porque nunca pude encontrar al amor de mi vida. Mirá, hace muchos años conocí a Delfina, una buena mujer, inteligente y hermosa, pero tenía un gran defecto, su mal carácter. Difícil, ché, difícil… por eso la dejé. ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado peleándonos a cada momento, ¡una guerra sin cuartel!. Después conocí a Evelyn, ella era muy buena, inteligente, hermosa y tenía un carácter maravilloso.
- ¡Qué bueno! ¿y qué pasó entonces? –preguntó Tito entusiasmado
- La dejé… es que tenía un gran defecto, no era muy fogosa. Difícil ché, difícil… ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado, un futuro frío y distante! Pero me recuperé pronto y gracias a eso pude conocer a Marga, una mujer de buen carácter, hermosa, inteligente y una amante apasionada.
-¡Qué suerte, Tito! Una mujer como para quedarse con ella toda la vida!
-No tanta suerte, Anselmo…Si bien era buena, inteligente, hermosa, con un carácter maravilloso y una amante perfecta, tenía un gran defecto, no era una persona que sabía escuchar…Difícil, ché, difícil…por eso la dejé. ¡Imaginate lo que hubiera sido una vida a su lado, un soliloquio para mí!
-Sí, sí, entiendo… -contestó Anselmo
-Pero al poco tiempo conocí a Elsita. ¡Si hubieras conocido a Elsita, esa sí era la mujer ideal!
-¡Bueno, por suerte apareció en tu vida, Tito! ¡Lo que no entiendo es por qué no te casaste con ella si era tan estupenda!
-Bueno…yo tampoco lo entiendo. Porque cuando le dije de casarnos me respondió: Mirá Tito, yo no me puedo casar con vos. Si bien sos un hombre bueno, inteligente y muy masculino, tenés un mal carácter, no sos fogoso y lo único que hacés es hablar de vos y a mí no me escuchas.
Difícil, Tito, difícil. Imaginate lo que sería una vida a tu lado, ¡un verdadero calvario! Y ahí se marchó Elsita…No hay nada que hacer, Anselmo, ¿me querés decir quién entiende a las mujeres?, ¡Son todas iguales, no hay una como la gente, che…!
Don Abelardo, el dueño del bar, que estaba escuchando la charla mientras servía otra vuelta de café, comentó al pasar:
-¿Por qué será que lo que más nos molesta del otro es aquello que menos nos gusta de nosotros mismos?
Anselmo se quedó paralizado y no supo qué decir.
Lo miró a Tito con cara de sorprendido, el que no encontró mejor tarea que leer con suma atención el sobrecito de azúcar.
Luego que Don Abelardo terminara de llenar los dos vasos de agua que acompañaban al café, continuó diciendo.
-Yo recuerdo que cuando ustedes eran estudiantes llegaban con toda euforia de la escuela, y desde la mesa y a los gritos, me pedían la gaseosa y el sándwich.
¡¡¡No saben cómo me molestaba esa actitud!!!.
Pero al poco tiempo que falleció mi esposa, me dí cuenta que yo hacía lo mismo con ella cuando llegaba a mi casa.
A los gritos le ordenaba que me sirviera la comida.
Y hoy, desearía tanto que supiera que este tonto se desquitaba con ella cuando ella no tenía por qué cargar con mi propia intolerancia.
La vida se nos va muy pronto, muchachos, y mientras perdemos tiempo en buscar en la otra persona nuestras propias frustraciones, dejamos de apreciar a quien nos acompaña.
En el antiguo bar sólo se escuchó el crujir del viejo piso de madera, el testigo de tantas historias, como la de Don Anselmo, como las de Tito y como la de tantos otros que persiguen ideales inexistentes, aquellos que solo tienen vida y sentido en el maravilloso mundo de las fantasías.
Carlos Mascherpa
Resonancia:
Esta vez no voy a contarte mi resonancia, Lucho, tampoco la voy a compartir con los oyentes de este maravilloso programa. Sepan disculparme, pero esta vez, me gustaría pedirle otra vuelta de café a Don Abelardo…Don Abelardo, ¡tráigase dos cafes y siéntese conmigo que yo lo invito! Quiero que sepa que quien le dio vida en este cuento, lo pudo hacer porque resonó con su persona. Porque yo también supe sembrar ideales que nunca pude cosechar, ¡y no sabe cómo me molestaba cuando los demás no entraban en mi misma sintonía! . Ideales fantasmas creados en obediencia a las exigencias de la vida moderna. ¡Vaya excusa, Don Abelardo!...Pero a pesar de todo, creo que en algo nos parecemos, ambos tuvimos la oportunidad de “darnos cuenta”. ¿Qué le parece si lo compartimos con Lucho y los oyentes? Porque, para ser sinceros, que feo se ve el bosque con apenas dos árboles. ¿No le parece?
Les mandamos un gran abrazo y el deseo que juntos podamos darle sentido a este trayecto de nuestra existencia que lo llamamos… vida…
Les mandamos un gran abrazo y el deseo que juntos podamos darle sentido a este trayecto de nuestra existencia que lo llamamos… vida…
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