”Un día voy a ejercer, no tengo dudas”

sábado, 5 de junio de 2010


DESDE LA CALLE. Marcelo iriarte, 41 años, flamante abogado, es empleado de la empresa cliba desde hace seis años. su vocación es la abogacía.

Las bandas reflectoras de su uniforme se agitan con el vaivén de la escoba, ese cepillo grueso que rasca los callos del asfalto. La acción transcurre en el barrio perezoso, arrabalero y nostálgico, uno más del centenar porteño, ahora desnudo por el otoño. La basura se apila en los cordones y de los postes de las esquinas cuelgan cestos descuartizados. Pero alguien los deja rectos e impecables. Cuando San Cristóbal se levanta de la siesta, se escucha el eco de las palomas que arrullan y la música de las ruedas del carro del doctor Marcelo Iriarte.

Barrendero, de 41 años, se recibió de abogado en diciembre a puro esfuerzo. Hace seis años que trabaja en el turno vespertino de Cliba, la empresa encargada de la recolección de residuos en la Ciudad. “Por ahora no puedo dejar este trabajo porque lo necesito, pero un día voy a ejercer, no tengo dudas”, adelanta Iriarte, que juró el 19 de mayo en el salón de actos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

La historia de Marcelo es una historia de lucha, perseverancia y tenacidad. “Mis papás se separaron cuando yo tenía tres años. Pude terminar el colegio primario pero en casa no había un mango. Eramos pobres, pero pobres en serio. Así que tuve que salir a trabajar”, repasa.

De pibe fue vendedor ambulante. Recorrió la Ruta 3 ofreciendo diarios, caramelos y escobas, y también lo hizo arriba de los colectivos 96 y 378. También fue chofer de la línea 126 y ese pasaje de su vida no lo pasa por alto: “Un día, una pasajera me dijo que tenía que estudiar, que ella me veía potencial. Se llamaba Laura y la recuerdo con cariño porque hasta me buscó un colegio. Cuando fui a la primera clase me di cuenta que apenas sabía leer y escribir. Pero salí hablando”.

Pasa el cartero, una vecina, un chico en bici que no detiene el paso. Todos lo saludan. Marcelo barre los cordones de Cochabamba, desde Entre Ríos hasta Saénz Peña, y los de Humberto Primo, de Solís a Lima. Durante los seis años de carrera, su único franco semanal, los domingos, fue ocupado por el estudio. Dice que el CBC fue lo que más le costó: “Sufrí, pero no me di por vencido. De a poquito fui metiendo las materias hasta que terminé. Y después vino la carrera. Pagué mis estudios con el sueldo de barrendero”, cuenta.

Tiene fresco en la memoria el día en que pisó por primera vez la facultad. Dice que cayó con un cuaderno rayado, que se buscó en la lista de nombres y apellidos, y cuando se encontró, vinieron las preguntas: “¿Terminaré? ¿Voy a poder hacer esto? Bueno, me lo propuse como el camino de la hormiga. Barría y estudiaba. Hasta mi media hora de descanso la dedicaba a la carrera: me sentaba abajo de algún árbol a leer. Y me sorprendí de mí mismo, porque me costaba, pero podía hacerlo”.

Lo único que le falta para ejercer es que le den su matrícula. El martes, por lo pronto, tendrá que volver a ponerse el traje para jurar en el Colegio de Abogados de La Matanza. Por ahora, orienta a sus compañeros –divorcios y algún hijo con problemas penales es lo más frecuente– aunque informalmente. ¿Por qué Derecho? “Es que pensamos que sabemos de leyes, pero en realidad no conocemos nuestros derechos. En la vida te enfrentás a situaciones que, si no sabes qué te corresponde, no te podés defender”. La respuesta, se diría, es de manual. Pero más allá de la teoría, a Marcelo -soltero, en pareja, sin hijos- quisieron sacarlo de la casa que heredó de su papá, a fuerza de abogados y de su ignoracia. “Eso me marcó porque la solución terminó siendo comprar la parte que me correspondía aunque no tenía que pagar nada”, analiza hoy el flamante abogado.

Pronuncia “esfuerzo” con cierta delicadeza. Se apoya sobre un paredón de la calle Humberto Primo y su perfil se proyecta por el haz de luz que ofrece la tarde. Dice “voluntad” y empuña la escoba. Barre algún rincón de la vereda, pone en pie una bolsa. Explica “que valió la pena”, posa la vista en el ventanal herido por las piedras, ahora refugio de las palomas negras. Mueve el carro por la calle donde mandan los colectivos y unos pocos taxis. Ya se encienden las luces del rulo fluorescente de la autopista. El día va terminando y a Iriarte le quedan doce cuadras por barrer.

Arg Counseling

http://www.clarin.com/sociedad/dia-voy-ejercer-dudas_0_274772579.html

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